No es algo que se pueda explicar, tienes que vivirlo para comprenderlo, no conozco a nadie que no haya vuelto enganchado de África, si les preguntas no te sabrán decir con palabras, es una sensación que se queda en tu interior y es muy difícil olvidar. Y lo mismo me ha pasado a mi, esta ya es mi cuarta vez viajando a África y mi tercera como voluntaria.
Estas tres semanas que he vivido en Kenya se han ido demasiado rápido, justo cuando empezaba a acostumbrarme a esta forma de vida y su dinámica me toca hacer las maletas e irme, vuelta a Madrid.
Me tomo mi último café desde la terraza del piso donde se ve Kibera en frente, a la derecha los edificios de Nairobi y el atardecer a la izquierda, y pienso : ¿Qué tiene África?


Serán sus puestas de sol, sus cielos que cambian por horas, la variedad de plantas, arboles, frutas, flores que ves allá por donde pasas, sus carreteras con cráteres, sus caminos de arcilla y polvo, sus pueblecitos formados por casas de piedra y tejados de metal, los puestos de comida, y las “peluquerías” donde mujeres charlan mientras hacen los trenzados mas elaborados que he visto nunca, las motos de 3 o más pasajeros, las carretillas tiradas por burros con mas de 40 sacos, los ciclistas que surgen por los lados de la carretera, las vacas que cruzan por donde quieren cuando les place exigiendo que los alocados conductores hagan chirriar sus frenos, lo mona que queda la mosquitera en la cama porque luego los mosquitos te siguen picando igual, el silencio de la noche, las estrellas que parece que brillan más, las lluvias repentinas y torrenciales y el olor a humedad que dejan cuando desaparecen igual de rápidamente que han venido, el sol que abrasa y curte la piel, la gente, las ancianas con arrugas en la cara que reflejan la sabiduría de sus años, las mujeres que transportan en la cabeza cualquier peso como si fuera un simple sombrero mientras a la espalda se les acurruca un bebé, los hombres en el trabajo, los vendedores que ven la vida pasar sentados en sus puestecitos donde se venden objetos de los mas variopintos , los abrazos y apretones de mano de cualquier conocido y… los niños, mis favoritos, niños altos, bajos, delgados con tripitas redondas, gorditos cual buditas, niños sentados, niños jugando, niños riendo, niños llorando, niños de uniforme, niños con harapos, niños con sandalias distintas en cada pie, niños jugando con balones de futbol hecho de tiras de papel, niñas saltando a la comba formada por cuerdas atadas, niños con gorritos de lana, niñas con faldas largas, niños corriendo, niñas con sus hermanos en brazos, niños con las manos manchadas de la última comida, niñas observando… pero siempre sonriendo, sonrisas que reflejan la felicidad de una vida sencilla, que muestran la ignorancia de una vida mejor, que nos enseñan la satisfacción del vivir al día, el agradecimiento por una caricia, y un choque de palmas.
Todo esto es lo que a mi me engancha.
Meditando todo esto camino del aeropuerto con Álvaro, me dijo: “yo creo que es porque ves cuanto queda por hacer y cuanto puedes ayudar, que siempre te vas a quedar con ganas de hacer más”.
Nunca lo había pensado así, y es cierto, ver cuanto puedes cambiar la vida de personas con tan poco es lo que más satisfacción da, y el sentimiento que hace que te “enganches” a este continente.


Sea lo que sea, lo que es increíble, es la felicidad interior que tienes la mayor parte del tiempo; más de una vez me he sorprendido a mi misma con una sonrisa de oreja a oreja sin saber la razón, simplemente el ver asomarse a los niños de Kibera a nuestro paso y gritar su: “Mzungu Mzungu” ( blanco, blanco) al igual que gritaban ” batule batule” en Benín, como corren para ser los primeros en coger tu mano y ser el afortunado que coges en brazos, entonces me doy cuenta de que no puedo dejar de sonreír como una boba y estoy convencida de que si me pudiera ver a mi misma pensaría que parezco tonta, pero la verdad es, que sientes tanta felicidad, una felicidad tan sencilla y que te trasmiten ellos sin darse cuenta que no puedes contenerla, y la sonrisa se dibuja en tu cara de manera automática.
Una vez que experimentas esto es imposible no engancharte, siempre te llevarás ese sentimiento dentro de querer volver, de volver a estar en ese lugar donde pasan cosas maravillosas que no tenemos aquí.
Porque África engancha y me siento muy afortunada de ser una de esas personas privilegiadas que hemos podido experimentar eso y estar “enganchados”.
Muchas gracias a Más Por Ellos por darme esta oportunidad de volver a África, a un país donde no había estado nunca y que me ha maravillado tanto como el resto; a Marzia y Edu, los voluntarios que me han dejado buenísimas memorias, y especialmente a Álvaro, por haberme enseñado tanto en estas tres semanas y ser un gran ejemplo.
Valle