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No fue difícil la decisión de marcharme a Zambia, pero tampoco fácil… Supongo que es una mezcla entre ganas de lo desconocido y remordimiento de lo que dejas atrás. Aun así, no había duda, no podía no ir…

Fue curioso, no me costó adaptarme al lugar, ni a su gente, ni a la cultura, ni siquiera al calor de octubre… Aunque no fue hasta el cuarto mes cuando ese periodo de adaptación empezó a acabarse y comencé realmente a considerar Zambia como mi hogar. Recuerdo que los días volaban, que los meses parecían semanas…

Podría escribir millones de experiencias, de aprendizaje, de gentes, de la cultura, de occidente y oriente… Pero todavía no soy consciente de lo vivido. Por este motivo, sé que volver es parte del viaje, es el momento en el cual te preguntas y te contestas a ti mismo. Donde realmente empiezas a darte cuenta de lo aprendido, aunque por fuera sigas igual…

Pero de algo sí puedo hablar, y es del valiente trabajo que se lleva a cabo en terreno. Personas que dejan su vida a un lado por un objetivo, un sueño.

Llegué para trabajar en el proyecto de apadrinamiento de la mano de Kahyata Vincent Kahyata, al que ahora considero mi hermano zambiano y de la mujer más inefable que he conocido hasta el momento, Kalimba Joyce, nuestra madre y directora zambiana. Gracias a ellos, el trabajo fue mucho más sencillo…

Este proyecto consistía en brindar la posibilidad de acceder a la educación a aquellas personas que no podían tenerla. KUBUKA tenía apadrinados a 105 menores, a los cuales se les pagaban las altas tasas escolares de secundaria que el gobierno impone. Además de trabajar directamente con las familias y los colegios.

Aún así, nos parecía insuficiente. Necesitábamos asegurarnos de que la educación que KUBUKA les estaba posibilitando estaba siendo eficaz.

Decidimos empezar  un nuevo proyecto dentro de apadrinamiento.  La creación de un centro extraescolar de clases de refuerzo y aprendizaje de valores, tanto para los menores apadrinados como para los que no lo están. Impartidas por profesores zambianos cualificados, con el objetivo final de facilitarles el aprobado de secundaria y que pudieran tener  un futuro más próspero.

Este proyecto se realiza en un pequeño poblado a las afueras de Livingstone, Mwandi…, no me es fácil escribir sobre este lugar, el cual fue mi vía de escape para todo, donde me daba cuenta realmente de dónde estaba, por qué estaba allí y quién era. Donde contemplé cómo nuestro trabajo nacía y crecía… Allí éramos uno más.

Al principio, me chocaba mucho observar las ganas de los niños zambianos por aprender, no estaba acostumbrado a ver eso, supongo que por el lugar de donde vengo…

Recordaba mi infancia, cuando me agarraba a la puerta de entrada a mi colegio mientras lloraba porque no quería entrar en clase o, más tarde, en el instituto, donde me escapaba de clase cada vez que podía… Allí los niños, cada vez que pueden, acuden al colegio felices por poder aprender. Algo no estaba entendiendo… Y es que, posiblemente nosotros nacemos en un lugar donde tenemos todo lo que queremos y eso a veces nos hace no valorar las cosas como deberíamos hacerlo.

Una vez más Zambia me había vuelto a enseñar sin querer…

Sin duda, esta actitud por parte de los menores nos daba mucha más fuerza de las que teníamos para llevar cualquier idea adelante.

Aún recuerdo, como si fuera hoy, el primer día que abrimos las puertas del centro.

Teníamos plena confianza en que el trabajo realizado iba a dar resultados, pero siempre existió el miedo de que no acudiera nadie. A pesar de este pronóstico, Zambia me volvió a sorprender ya que la asistencia del primer día fue mucho más alta de lo que podíamos habernos imaginado.

Abracé con fuerza a Vincent… Miré a Joyce, cerró los ojos y asintió con la cabeza con su típica sonrisa en los labios, sabía que estábamos empezando a un cumplir un sueño, nuestro sueño…

Además, empezamos a trabajar mano a mano con las familias de Mwandi, realizando talleres sobre temas que previamente habíamos detectado como necesidad. La asistencia a estos talleres se iba superando mes a mes, estábamos en el buen camino… Solo podía observar el talento que había en aquella sala, el ejemplo perfecto de las ganas de avanzar de un pueblo “precario”,  en un país “olvidado”.

Me recuerdo sentado en Mwandi , observando nuestros avances. Cómo los menores se acercaban un poquito más a su futuro, a sus sueños, cómo con cada objetivo que cumplíamos se iba fortaleciendo y lo que un día fue una simple idea…

Y yo, mientras tanto, sin darme cuenta, también iba cambiando…

No puedo evitar echar de menos mi vida allí, o mejor dicho, no puedo evitar echarme de menos a mí mismo. Cuando vuelves te chocas con la realidad en la que vivimos, donde aparentemente lo tenemos todo, pero nunca hacemos nada, donde las prisas y los miedos nos hacen olvidar lo que realmente buscamos. Dejé atrás una gran familia, en un gran país, del que cada vez tengo más claro que tenemos mucho que aprender.

Sigo aprendiendo de ti, aunque no contigo.

Gracias Zambia

Nacho Atienza,

Voluntario de KUBUKA en Zambia

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