La amistad entre culturas

La amistad entre culturas

“Marrón cobrizo con puntadas de beige y verde. Música de fondo, ruido de animales, el viento. La gente, la quietud, la exuberancia, lo sencillo. La primera impresión es la de sentirme en casa, por su cálida acogida y, aunque siento una aguda tristeza por dejar algo atrás, espero todo de este nuevo lugar. El tiempo acompaña, agradable el día y fría la noche, como un buen día en la ya lejana España. Hay tanta belleza en este lugar, presiento que va a fluir como una revelación, sin previo aviso. Dejaré que la gente de aquí me lo enseñé.“

Escribía estas palabras el segundo día de haber aterrizado en Livingstone y no tenía ni idea de la mitad de cosas que te pueden llegar a suceder al vivir en un pequeño lugar en medio de África. La llegada impacta pero la alegre acogida de la gente hace que rápidamente te sientas en casa.

Yo llegué a Zambia para trabajar con Mary, madre de familia, residente en la comunidad de Mwandi, que confeccionaba productos que KUBUKA vende en España.

El voluntario que nos presentó, dándose cuenta de que tanto Mary, como su hija y yo compartíamos nombre, nos dijo que esto era una buena señal, que muchas cosas buenas saldrían de esta colaboración. Nuestra primera mirada fue de complicidad, de saber que estaríamos trabajando mano a mano durante seis meses alrededor de chetenges (telas), hilos, patrones y máquinas de coser.

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Empezar a trabajar con Mary no fue del todo fácil, entender su manera de pensar y hacer, sus tiempos. No es como a lo que yo estaba acostumbrada. Así que me dediqué a intentar, cuando estaba en su casa, seguir sus pasos. Y creo que desde un inicio vio que yo estaba dispuesta a que me enseñara y aceptó el reto.

Me mostró cómo se saludaba al ir por las calles de la comunidad de Mwandi ya que niños y mayores requieren tu atención a tu paso. Debes saludar porque, aunque no los conozcas, estas compartiendo un espacio y tienes que demostrar respeto por ello.

También me enseñó a comer con las manos el Nshima, comida típica zambiana, así como cocinarlo. Compartir comidas y cenas, llegó a ser nuestro momento para intercambiar impresiones sobre ambas culturas y disfruté observando las maneras de hacer entre las distintas personas de la familia y los visitantes que entraban en la casa.

Generalmente teníamos todas las telas, patrones e hilos en medio de la habitación y nos probábamos aquellos productos para comentar que podríamos mejorar. Muchas de las personas que venían a ver a Mary entraban dentro de casa para ver que estábamos haciendo ese día, algunas se quedaban sentadas a nuestro lado mientras hablábamos y cosíamos, les pedíamos consejo o que se probaran ellas mismas los productos. Con eso nos dimos cuenta que muchas mujeres estaban interesadas en aprender, así que poco a poco compartimos aquellos momentos con ellas.

De nuestros momentos de costura adaptamos costumbres de trabajo la una de la otra.

Mary acostumbraba a llamar a los productos con detalles que le recordaran a ellos y no por su nombre. Tomé rápido esta costumbre y recuerdo, por ejemplo, que a la Shopping bag la llamábamos Banana bag porque el primer modelo que hicimos era con un chetenge (tela) que tenía plátanos estampados. A otros nos referíamos con el nombre de la persona que anteriormente le había enseñado a hacer ese modelo. Cuando nos dábamos cuenta de estos pequeños detalles nos reíamos de nosotras mismas.

Por mi parte, ya que trabajábamos con una máquina eléctrica, le enseñé pequeñas técnicas y trucos de cómo tener mejores acabados, transmitiéndole así todo mi bagaje profesional. Su capacidad para acordarse al cabo de los meses de aquellos pequeños detalles y recordarme mis propias palabras me tranquilizó, sabiendo que sin duda ambas estábamos aprendiendo y asimilando lo que la otra tenía que ofrecer.

Es imposible explicar en unas líneas cómo estos seis meses me han hecho ver las cosas de manera distinta, cómo todas las experiencias vividas con cada una de las personas que trabajan de la mano de KUBUKA me han hecho posible aprender y crecer.

Al volver me di cuenta de que sentirme en casa no tenía nada que ver con lo que me imaginaba. El hogar a veces se esconde en lugares que no imaginamos y la casa de Mary se convirtió, con el tiempo, en mi casa en Livingstone. En ese lugar, en medio de Mwandi, Mary y yo, compartimos y aprendimos aquello que nos unía, la costura, y alrededor de ella, poco a poco, se fue fraguando una amistad que no podré olvidar.

 Me he dado cuenta de que el camino depara detalles que nunca podrías imaginar y es importante estar presente en ese preciso instante y ese preciso lugar. 

María.

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