LA CRUELDAD DE KIBERA: HASTA SIEMPRE RASTAMAN

LA CRUELDAD DE KIBERA: HASTA SIEMPRE RASTAMAN

Langata es un barrio al sur oeste de Nairobi, tranquilo, bien comunicado, con edificios nuevos, coches con buena pinta y niños que pasean bien vestidos y bien peinados. En Langata vivimos los voluntarios de Más Por Ellos y trabajamos en Kibera, donde los niños juegan con basura, llevan ropa sucia y rota y el número de chabolas es incontable. Familiares, amigos, kenianos y artículos de periódico nos advierten con frecuencia del peligro y el horror de este barrio, pero siempre nos hemos sentido como en casa, muy bien rodeados y acogidos por todos. “Kibera es adictivo y tiene algo especial”, solemos comentar.

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Sólo un río nos separa del ghetto, de nuestro colegio Grace Humanitas School y de Kelvin; un río negro y pestilente que arrastra toneladas de basura y todo tipo deshechos. Un puente de quita y pon nos conectaba cada mañana con el otro lado; un puente de 12€ fabricado a mano con unas pocas tablas de madera de formas aleatorias y casi clavadas al azar; un puente siempre custodiado por chicos del barrio y algún perro; un puente muy útil para las miles de personas que salen y entran cada día de la barriada para traer algo de dinero a casa; el puente era de Kelvin y de Douglas, su socio.

Kelvin fue un gran amigo de Más Por Ellos desde sus inicios y era el encargado de lidiar con la seguridad y el mantenimiento de nuestro colegio.

Todos los días estaba ahí. Si no le veíamos, sentíamos su presencia y eso nos tranquilizaba; si le llamábamos venía como una bala. La zona de nuestro colegio era la zona de Buda Boss, 24 años, dispuesto y con un gran corazón rasta; así decía él que era el suyo y así lo dictaba su peinado y su sonrisa. Como una estaca nos miraba y agitaba el brazo mientras nos acercábamos cada mañana. “¡Mira, ya está por aquí Kelvinator! ¡Mira como posa con sus rastas!”, solíamos comentar entre risas.

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La mañana del miércoles 23 de septiembre, Kelvin no estaba. Le sustituía el barullo de los vecinos y profesores del colegio que comentaban preocupados sobre una palea relacionada con el puente. Nuestro amigo estaba muy grave en una pequeña clínica de Kibera. La situación era crítica y los médicos nos podían hacer nada. Kelvin sufría daños cerebrales.

Había que llevarle urgentemente a Kenyatta, el hospital público de la ciudad en el cual, por la saturación y falta de medios, ser atendido es como ganar la lotería. Tras un viaje en ambulancia al centro de la ciudad, una carpa improvisada de Médicos Sin Fronteras cobijaba a nuestro amigo mientras perdía la conciencia y mucha sangre. Varios médicos le rodeaban sin mover un dedo: “Si seguís esperando aquí no habrá nada que hacer. Llevadle a un hospital privado”.

Un fuerte golpe en la nuca y varias pedradas en el cráneo fueron suficientes para ingresarle en la UCI del Coptic Hospital, una institución privada dotada de muy buena reputación y en la que cobran alarmantes sumas de dinero por salvar vidas. En Kenia la salud es un negocio.

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Habían pasado cuatro horas sin recibir la atención necesaria y Kelvin había entrado en coma. Tenía el cerebro con fuertes hemorragias, muy inflamado y una fractura en la mandíbula. Una máquina le ayudaba a respirar y su corazón rasta seguía bombeando sangre, a pesar de que su presión sanguínea no fuera suficiente para llegar hasta la cabeza. Era nuestro turno, ahora debíamos protegerle nosotros.

Pasamos muchas horas en el hospital y largos ratos al lado de su cama; no podíamos hacer nada más. Cuatro días pasaron hasta que recibimos una llamada el sábado 26 de madrugada. Kelvin nos dejaba a las 5:35 de la mañana sin frenar en su lucha hasta el último momento.

Ha sido necesario pasar por esto para interiorizar la dureza y hostilidad con la que Kibera trata a su gente y para percibir que, aunque Kenia esté considerado como uno de lo países más desarrollados de África, le queda aun mucho por hacer.

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La vida en Kibera tiene muy poco valor, a nuestro amigo se la arrebataron por un puente de madera. Hoy su puente ya no está, sin embargo, Kelvin nos deja una larga lista de buenos recuerdos junto a él, una lección de vida y un gran ejemplo de generosidad.

Gracias y hasta siempre, Rastaman.

Finalmente, nos gustaría hacer una mención especial al Doctor Fayez Maged y a María Ferreira, que han apoyado en todo momento a Kelvin y al equipo de Más Por Ellos con mucha pasión y profesionalidad.

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