«Desperté y vi que la vida es servicio. Actué y vi que el servicio es alegría”
Kenia. Una pelota de fútbol hecha a base de plásticos atados, una comba para saltar, un espacio para correr. Un palo y un cubo para sentir el ritmo de la música. Y, entre todo ello: la felicidad.
Cosas tan sencillas para niños tan simples; y lo felices que son jugando con aquellos sencillos y económicos objetos creados por ellos mismos.
Mucha gente confirma que el dinero da la felicidad, y el porcentaje restante suele comentar que no la da, pero que ayuda a conseguirla. Y es cierto que es imprescindible que entre todos colaboremos para que cada ser humano pueda vivir con dignidad y tenga las necesidades básicas cubiertas.
Aún así, el camino para encontrar la felicidad interior depende de cada uno, y esos niños -personitas tan minúsculas como ellos- lo demuestran mejor que cualquier estudio estadístico.
Muchas veces, nos olvidamos de que la felicidad reside dentro de nosotros y nos volvemos locos buscando fuentes de gratificación externa. Fuentes como el placer o los bienes materiales. El dinero nos permite obtener estas cosas, pero también es cierto que es incapaz de aportar felicidad verdadera.
Muchas veces, el dinero hace que uno se centre fuera de sí, olvidándose de esas llamas que tiene dentro y que, poco a poco, se van convirtiendo en escombros imposibles de revivir. Porque a veces quien cree que el dinero lo hace todo puede acabar haciéndolo todo por dinero.
La felicidad es algo mucho más sencillo. Es luz reflejada en cada momento. Es el todo en la nada y la nada en el todo. Es alegría constante, sentir paz al perdonar, al escuchar, al aceptar o al ver una bonita puesta de sol, al compartir. Es disfrutar de estar con los que nos rodean, es apoyar a quien lo necesita.
La felicidad reside en aquel momento en el que aprendes algo nuevo que te aporta; en el que vences al miedo en un instante; en el que te das cuenta de que la vida es un juego; cuando consigues esas metas ambiciosas pero alcanzables; cuando haces un sueño real, o cuando sales de un lugar cargado de energía, motivado y con buenas vibraciones. La felicidad se esconde en todos esos momentos, y en múltiples más que hacen que se abra el corazón dejando entrar alientos de esperanza y alegría; ventiscas de amor y serenidad.
Estos niños kenianos son felices. A pesar de la dura vida que han llevado, podrían decir -no como cualquier otra persona- experimentan prácticamente a diario el significado de felicidad.
Su felicidad, ese brillo que alumbra sus ojos incluso a miles de kilómetros; esas sonrisas que dicen más que mil palabras; esos corazones que laten con la energía del que sabe disfrutar el momento presente. Esas ganas de vivir.
Aprendí allí, en Kenia, que si uno indaga en lo que le rodea, encuentra cosas que nunca había llegado a ver o a pensar; aunque a su alrededor nada haya cambiado desde hace años. Que, aunque parezca mentira, las cosas más simples son las que mayores aportaciones hacen. Que en la semilla se encuentra el mayor entusiasmo, y cuando va creciendo el arbol, ese entusiasmo se va convirtiendo en eso; en felicidad. Y que, cuando la felicidad se comparte, se duplica.
Hoy, con esta reflexión, desde Más por ellos queremos daros las gracias.
Gracias a todos aquellos que nos habéis ayudado a sembrar semillas aquí en Kenia, semillas que se están convirtiendo en pequeños árboles y que hoy se traducen en sonrisas de niños, en escuelas llenas de libros. Gracias a vuestro compartir aquí hay muchos sueños que ya son proyectos reales y están ayudando a muchas personas a cambiar sus vidas para poder construir un futuro digno.
Se acerca la navidad y el mejor regalo que os podemos ofrecer es la sonrisa de estos niños, que lo contiene todo.
Os deseamos unas felices fiestas, llenas de amor, cariño, familia y muchas alegrías compartidas.