Fiestas, amigas, elegir una carrera, ir de compras, ir al cine… eso era lo que debería haber ocupado mi cabeza cuando cumplí 18 años. Pero había terminado el colegio y para mí, todavía no era momento de decidir. Necesitaba vivir.
Mientras mis padres me aconsejaban lo contrario yo estaba terminando de cerrar la maleta. La ilusión y el miedo estaban al mismo nivel. Empezaba una aventura, mi aventura. Empezaba un sueño, y sin saberlo, estaba a punto de empezar a drogarme y volverme adicta. Mi droga y destino se fundían en el mismo nombre, África.
Tenía pensado empezar a recorrer África por Kenia, con 8 meses por delante Nairobi me pareció un punto de partida perfecto. Un conflicto entre las guerrillas locales me obligó a cambiar de dirección. Zambia me llamó la atención. Realmente creo que fue porque no sabía ni donde estaba en el mapa. Quizá el hecho de tener en su frontera con Zimbabwe, una de las siete maravillas del mundo, como son las cataratas de victoria, me ayudo con la elección. El plan era pasar ahí uno o dos meses. El plan nunca se cumple.
VICTORIA FALLS |
Es imposible explicar con palabras que me hechizó. Qué fue lo que me llevó a establecerme en Zambia. Hay infinitos buenos motivos pero entre ellos el que más me atrajo fue su gente.
Mwandi es un pequeño poblado próximo a la ciudad de Livingstone. Todo era tan distinto a lo que estaba acostumbrada, las caminatas eran eternas, el ritmo de vida completamente ralentizado, y las necesidades para ser feliz, muy distintas. En ese poco tiempo acabé conociendo a casi todo el poblado, adopté algunas de sus costumbres y empecé a chapurrear su dialecto. África era completamente diferente. Era otro mundo que acababa de descubrir y del que no quería salir.
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MORRIS |
Me encantaba ir a un colegio pequeñito del poblado donde los niños acuden gratuitamente para cursar la educación primaria. Ahí colaboré con profesores, pintando paredes, jugando con los niños e incluso monté un club de lectura en el que niños o adultos del poblado podrían venir en horas extraescolares a aprender a leer. Me enamoré de cada uno de los niños que iba conociendo, cada uno con su historia. Quizás Edson, el alumno perfecto, listo, risueño, que con 10 años tenía 3 hermanos y una madre de 25 años..; o Morris, huérfano tras perder a sus padres y hermanos por el ataque de un elefante mientras caminaban tres horas para llegar a la ciudad; o Alex, huérfano de madre, que con 14 años padecía la enfermedad más esparcida por frica, para la que no hay cura y cuyo padre le abandonó tras enterarse de esto.
Nada más aterrizar en Madrid, ya estaba planeando una visita para el año siguiente. Empecé medicina y antes de que pasase un año había conseguido ahorrar lo suficiente como para volver a Zambia. Volví al colegio de Mwandi a ver a ‘’mis’’ niños. La directora del centro, Joyce, me confesó su preocupación por ellos. Edson estaba acabando primaria, y sin ayuda, se vería obligado a abandonar el colegio, él y sus 19 compañeros, ya que sus familias no tenían recursos suficientes para poder seguir manteniéndoles escolarizados. No podía volver a mi vida de Madrid, sabiendo que esos 20 niños no podrían seguir estudiando siendo tan pequeños. Decidí intentar organizar un sistema de apadrinamientos. Gracias a los amigos y familia que tengo, no me costó mucho convencerles en participar en el proyecto. El dinero llegaba al 100% ya que o lo enviaba yo o lo llevaba personalmente y Joyce se ofreció voluntaria a ocuparse de todo. ‘’Todo’’ significa ir andando desde el poblado varias horas a la ciudad a comprar el uniforme para cada niño, a los colegios…etc. Con apenas 100 euros, cada padrino pagaba el colegio y la uniformidad de un niño por un año. Lo que cuesta una entrada para un musical, lo que cuesta una buena cena o una buena noche de copas. A cambio, un niño estudiaría un año más.
Gracias por leer el blog y ayudarnos poco a poco a hacer esto realidad.
Elena
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