Hace ya más de 9 meses escuché aquel anuncio por megafonía que decía: “Aviso a los señores pasajeros del vuelo L255 con destino Nairobi”. Hoy aún no he asimilado ese “Última llamada a los señores pasajeros del vuelo con destino Madrid”. Estoy exhausto, confuso.
Cuando me plantearon escribir el blog de esta semana pensé: “Y de camino a occidente, ¿de qué hablaré?, ¿qué tema puede interesarle al lector?”. Permitidme que en esta ocasión cuente ligeramente mi experiencia y las emociones que ahora brotan del fondo de mi ser.
Ahora, tras haber viajado unas 12 horas desde el país que ha sido mi casa, Kenia, me encuentro a pocos kilómetros de Madrid. Porque sí, Kenia ha sido mi casa. Mi hogar. Y es que así me lo han hecho sentir cada una de las personas con las que he convivido durante este largo periodo de tiempo. Me han tratado con franqueza, sencillez y naturalidad. He percibido un grupo tan unido que a día de hoy no me tiembla la voz al llamarlo familia. Hemos creado una familia. Una familia con sus pequeños y mayores. Una familia, como otra cualquiera, con diversos problemas. Una familia que a través de discusiones, debates y empeño para colaborar logra solucionar dichas adversidades. Una familia basada en la cooperación y el apoyo mutuo. Una familia sustentada por la unidad. Una familia que sabe caer, pero a la que se le da aún mucho mejor levantarse.
Miro atrás y recuerdo aquel momento en el que a falta de una cocina, un comedor, electricidad y otro tipo de infraestructuras nos sentábamos alrededor de un fuego a compartir historias y experiencias. Dialogábamos. Reíamos. Ni siquiera podíamos imaginar que en pocos meses 20 niños, que habían perdido a su figura maternal y además se hallaban en situaciones de vulnerabilidad económica, corretearían por ese espacio con una sonrisa perenne en sus rostros. Unos rostros que brillan, que irradian felicidad. Esa felicidad que nuestros locos bajitos llevan implícita. No hay más que observarlos durante unos segundos para percibir las buenas vibraciones y positividad que transmiten.
Quizás las situaciones que han vivido nuestros menores a lo largo de su existencia son ciertamente difíciles, pero la manera de afrontarlas es modélica, ejemplar. De este modo cada vez que imagino la cara, los gestos o la expresión de cada uno de ellos se me cae una lágrima. Tal vez esa lágrima sea de dolor porque ahora debo estar alejado de ellos durante un tiempo. Tal vez sea de alegría por intuir que entre todos los esfuerzos les hemos ofrecido unas condiciones vitales apropiadas y dignas, y que pueden contar con nosotros para el resto de sus vidas. Pero ese es otro tema. Porque aunque algunos piensan que en Internet está todo escrito, todavía no existe ninguna web que facilite el saber si lloras de alegría, dolor, rabia, miedo, ira o sorpresa. Afortunadamente, los sentimientos y emociones aún conservan su privacidad. Y precisamente de sentimientos sinceros y emociones de felicidad, pasión y alegría nos han abastecido nuestros menores para creer, proyectar, elaborar y persistir en todo momento en nuestro proyecto.
Ahora me siento. Me detengo. Reflexiono, valoro y escribo. No he parado de recibir ese feedback positivo basado en “¡qué buena labor hacéis!”, “¡cuánto os sacrificáis por el resto!”, “Algún día saldréis recompensados por vuestra bondad”. Únicamente deseo que haya podido dar una millonésima parte de lo que he recibido. Porque no he parado de recibir. Me han enseñado a seguir creciendo. Me han mostrado el valor de las cosas y, sobre todo, el de aquellas que verdaderamente importan.
Me llevo una cultura. Una cultura con la que me siento identificado. Una cultura en la que se dice eso de “Ellos tienen el reloj, nosotros el tiempo”. Una cultura en la que a pesar de que a muchos les desespere su tranquilidad y sosiego, saben vivir al día. Saben disfrutar de cada momento. Una cultura cargada de simpatía, amabilidad y compañerismo. Una cultura de respeto, libre. Una cultura en la que todos los problemas tienen una solución y a las soluciones no se le buscan problemas. Una cultura en la que han aprendido a poseer el tiempo.
Me llevo un equipo de trabajo. Un equipo de trabajo persistente, que colabora, se esfuerza y cree. Un equipo de trabajo que funciona de forma coordinada, a ritmo de sintonía. Un equipo de trabajo, como cualquier otro con dificultades y obstáculos. Un equipo de trabajo basado en el debate, la sugerencia y la comprensión para vencer dichos obstáculos. Un equipo de trabajo joven con el que me quito el sombrero, o la gorra, qué más da. Un equipo de trabajo apoyado por una organización sólida. Una organización que nos ha dado la libertad para opinar, sentirnos parte del proyecto, reflexionar y crear. Una organización que ha dispuesto un modelo de trabajo horizontal. Y para mí este es uno de los méritos del proyecto. Ideas frescas, a debate. Imaginar, crear.
Soy consciente de mi visión utópica del mundo. Por eso agradezco de corazón la libertad que se nos ha otorgado en la toma de decisiones. Un día escribí sobre la relevancia de hacer lo que crees. Pero aún más importante es creer en lo que haces. Y durante todo este tiempo hemos tenido la posibilidad de hacer lo que creíamos a través de la participación y el diálogo. Pero sobre todo hemos creído en lo que hacíamos. Porque confiábamos en lo que íbamos construyendo paso a paso. Y “pole pole” hemos creado algo muy grande. Hemos creído en nuestros objetivos. Nuestras esperanzas se han convertido en hechos verídicos, patentes. Nuestras ilusiones ahora son una realidad.
Me llevo personas. Me llevo gente en mi corazón. A algunos quizás tarde un largo periodo de tiempo en volver a verlos. Pero me he cruzado con gente que de verdad merece la pena. Gente sabia, entregada. Gente bondadosa, humana. Generosa, altruista. Me llevo grandes amigos y cómplices. Me llevo el amor que me han desprendido cada amanecer. Me llevo la sonrisa que me han brindado cada atardecer. Me llevo su energía. Una energía, nuevamente, cargada de vibraciones positivas.
Y como no, me llevo a mis 20 niños, más bien 22. Me llevo su fortaleza y coraje. Me llevo su vitalidad, su amabilidad. Me llevo su optimismo, entusiasmo y esfuerzo. Me llevo su dulzura y sensibilidad. Me llevo su sinceridad y espontaneidad. Me llevo cada uno de sus rostros y sonrisas. Rostros y sonrisas que quedan tatuados en mi pupila para el resto de mis días.
Javi Musembi