Con motivo de la Semana Europea del Desarrollo Sostenible, quería compartir estas reflexiones de Yayo Herrero, antropóloga, ingeniera, profesora y ecofeminista, coordinadora estatal de Ecologistas En Acción, a quien tuve la oportunidad de escuchar en una clase magistral del máster de Acción Solidaria Internacional que hoy termino. Sus palabras me inspiraron y me hicieron pensar sobre algo que no tengo tan presente en mi día a día y sobre lo que me gustaría seguir profundizando: es tan importante el cuidado a otras personas como cuidar del planeta que habitamos.
Las personas solas no somos capaces de sobrevivir, somos seres interdependientes, es una realidad. Interdependencia y ecodependencia son elementos constitutivos de la vida humana y lo que sucede es que vivimos en un sistema en el que ambos elementos son habitualmente invisibles a los procesos económicos. “La sociedad occidental ha construido un artefacto económico que se ha desarrollado en continua contradicción contra las bases materiales que sostienen la vida”.
Un primer elemento del sistema económico imperante o de esta forma de entender la realidad, dice, es la idea de que solamente tiene valor económico o es visible aquello que puede ser expresado en términos económicos.
Si solamente tienen valor los procesos económicos, que además son los que dominan el sistema social, lo que sucede es que desaparecen del campo de estudio elementos y procesos insustituibles para que existan vidas humanas decentes como la polinización, el ciclo del agua, la capa de ozono, una vejez que merezca la pena vivirse o la propia maternidad. ¿Cómo les ponemos precio a estos procesos absolutamente indispensables para la vida humana? La respuesta es que no podemos expresar todo lo que tiene valor en términos monetarios.
La segunda idea es que la tierra y el trabajo son siempre sustituibles por capital, mientras haya dinero siempre se pueden comprar el resto de elementos del sistema productivo.
Sin duda, esto ha podido funcionar así cuando todavía existía una gran cantidad de tierra sin explotar, pero conforme el mundo se ha ido habitando y los límites del planeta se han superado, ya no es tan fácil comprar recursos para sustituir procesos productivos, y si se hace, es poniendo en práctica métodos que ella describe como ”caníbales” (ejemplos de estas prácticas son la creación de invernaderos en el desierto a base de sustratos extraídos en procesos que vulneran los derechos humanos o la explotación de acuíferos, la desalación de agua de mar con la energía que consume, etc.)
También sostiene que, a lo largo del tiempo, ha cambiado el propio concepto de producción.
La producción históricamente se entendía como la obtención de bienes y servicios que satisfacían necesidades. Cuando nace la economía capitalista, con esta idea de que el valor se convierte en precio, la producción es la obtención de un excedente social monetario a través de diferentes procesos que permiten sostener el resto de la economía.
La producción pasa a ser medida en unidades monetarias y no vinculada a las necesidades, lo cual tiene una enorme transcendencia, puesto que la sociedad deja de preguntarse cuál es la naturaleza de la actividad que sostiene esa producción. Hoy, en nuestra cultura, se le llama producción tanto al cultivo de alimentos, como a la fabricación de armas. Ambas actividades son productivas pero una de ellas permite sostener la vida y la otra la destruye. De esta forma, dejamos de vincular necesariamente la economía con la ética, la satisfacción de necesidades y la consecución de una vida decente. Pasan a ser conceptos completamente separados e independientes por lo que dejamos de hacernos preguntas como ¿Qué se hace?, ¿Para qué?, ¿Quién obtiene el valor de eso?, cuestiones que no deberían dejar de estar en el imaginario colectivo.
Incluso el concepto de trabajo ha mutado a lo largo de los siglos. En la economía pre-capitalista europea, y todavía hoy en otros contextos, trabajo era todo aquello que generaba una actividad que permitía sostener la vida de un colectivo. Con las sociedades industriales, el trabajo pasa a ser un subconjunto de toda aquella actividad: lo que se hace a cambio de un salario. En esta nueva definición, desaparecen del campo visible una inmensidad de tareas que no se pueden dejar de hacer, pero que no forman parte de ese conjunto de actividades que tiene valor económico y por lo tanto, carecen de valor social.
Hemos llegado a construir una sociedad en la que la dependencia solo se entiende como una patología, las personas dependientes son las que tienen algún problema, ignorando que la interdependencia es una condición antropológica de la que nadie se puede sustraer. Nuestra interdependencia se ha reducido a una dependencia del mercado. ¿A qué ha conducido esta forma de entender la economía y la vida? plantea Yayo: a una crisis civilizatoria que pone en cuestión la forma en la que las personas nos relacionamos entre nosotras y con la naturaleza.
Esta crisis tiene una dimensión ecológica, la que ponemos de manifiesto en esta semana Europea del Desarrollo Sostenible, una dimensión social y una crisis de cuidados sobre la cual es pertinente que reflexionemos conjuntamente.
Ya no estamos en un momento de correr el riesgo de superar los límites del planeta, sino que estamos en una situación de translimitación. En 2006 se alcanzó el pico del petróleo, también del litio, del cobre y del platino. Estos datos ponen en cuestión de una forma taxativa el estilo de vida que hoy mantenemos. Es imposible que la humanidad siga sosteniendo este modelo, que además presenta una polarización brutal entre países en el mundo. Hay países que viven en ese nivel de consumo a costa de devorar otros territorios.
Necesitamos avanzar hacia sociedades que asuman y repartan las tareas de cuidados, que sean ecológicas y reconozcan los límites del planeta, que tengan mecanismos de redistribución de la riqueza y sociedades capaces de organizarse para provocar estos cambios. Yo estoy tratando de ser parte del cambio, ¿y tú?
Myriam Estarrona del Río, voluntaria de KUBUKA